Carlos del Pozo

La vida en una página

Sanlúcar

d4a3512c-27b7-45e7-ab84-661e9f19453d_alta-libre-aspect-ratio_default_0

En el ocaso de un verano achicharrante, de incendios, guerras e inflaciones, ha muerto Manolo Sanlúcar, seguramente el más alto representante de la guitarra flamenca en la segunda mitad del siglo XX. Se va no sólo un excepcional guitarrista, sino un autentico investigador del flamenco, un erudito de esta forma musical de ver y sentir la vida que es reflejo de un pueblo y también plasmación artística de un hondo sentimiento.
Nació como Manuel Muñoz Alcón hace setenta y ocho años en la gaditana Sanlúcar de Barrameda; de ahí su apellido artístico. Comenzó muy joven apadrinado por Pepe Pinto y su mujer, la Niña de los Peines, y posteriormente Pepe Marchena le hizo debutar en la malagueña Campillos a la temprana edad de catorce años como
tocaor, acompañando con la guitarra a diferentes cantaores. Después se traslada a Madrid ya en los años sesenta, donde malvive trabajando en el Tablao de las Brujas, en la calle del Norte. Allí coincidió con el Chato de la Isla, los Hermanos Reyes y Sordera.
Ya en 1971 firma un contrato para tres discos con la multinacional CBS. Aquí viene su consagración, pasando de ser músico acompañante a que sean los cantantes -José Mercé, Merche Esmeralda y tantos otros- quienes le acompañen. Esos tres discos giran en torno a la común denominación de Mundo y formas de la guitarra flamenca, que le abre las puertas de los grandes escenarios y el aplauso de un público cada vez más numeroso. La multinacional le pide un tema comercial con el que conquistar las listas de éxitos, y así nace Caballo Negro, incluido en el larga duración Sanlúcar, su coronación definitiva. Caballo Negro es una hermosa y pegadiza rumba que escuchada hoy todavía asombra. Y más sabiendo que en 1974 fue número uno de todas las listas por delante de baladistas italianos tontorrones y exitosos adolescentes españoles que capitaneaban un ejército de fans. Un tema que es a Sanlúcar lo que Entre dos aguas a Paco de Lucía.
Y aquí viene la discusión permanente: quién fue mejor de los dos, de Lucía o Sanlúcar. Es más, siempre se ha dicho de quien acaba de morir que sentía permanentemente la sombra alargada de Paco de Lucía. Nada de ello es cierto. Los dos fueron grandes genios de la guitarra que optaron por caminos diferentes: de Lucía buscó la fusión con el jazz y los ritmos caribeños y Sanlúcar decidió seguir investigando el flamenco desde dentro, escudriñando su pureza. Así que nada de compararlos.
Pero si hay un trabajo de Manolo Sanlúcar que se debe destacar por encima del resto, ése es
Tauromagia, álbum que publicó en 1988 y que muchos consideran el mejor disco de flamenco de la historia. Lo forman una docena de temas que, cronológicamente, van desde el nacimiento del toro en la dehesa hasta la salida del torero por la puerta grande en una tarde de gloria. Es un homenaje al mundo del toro y a la tauromaquia con un sentimiento y una versatilidad difíciles de clasificar.
Por tanto se acaba de marchar no sólo un gran guitarrista, sino también un sabio e investigador del flamenco, alguien que desde muy joven sintió que los derroteros por los que había de transitar su vida eran los que desde unas palmas y unas voces desgarradoras habían de acompañar una guitarra.