Carlos del Pozo

La vida en una página

Recuerdo de Genestoso

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Fue hace ahora treinta años, en agosto de 1995. No hacía ni un año que nos habíamos casado y se nos ocurrió hacer algo que, a día de hoy, no conozco a ninguna pareja que haya hecho: un viaje de verano con los padres de ambos. Fueron diecisiete días que comenzaron con el encuentro en Burgos con mis padres y al que luego sucedieron estancias en León, Cantabria y Asturias.
Uno de esos días estábamos alojados en un hostal en Cangas del Narcea y se nos ocurrió preguntar a las propietarias -dos ancianas simpatiquísimas- dónde podríamos encontrar un buen queso por la zona. Aclarar que allá donde vamos nos gusta probar y comprar el queso de cada territorio. Nos recomendaron el de una aldea de la comarca llamada Genestoso que había obtenido el tercer puesto en el certamen que premiaba al mejor queso de Asturias. El Principado es la región española que tiene más denominaciones de origen -Casín, Afuega’l Pitu, Cabrales y Gamoneu-, y otros quesos notables como La Peral, Taramundi o Pría. En total, cuarenta y seis variedades diferentes.
Pusimos rumbo a Genestoso. Decir que entonces los coches no tenían navegador y que internet y los móviles empezaban a conquistar el mercado tímidamente. Fue un largo trayecto pese a la cercanía -unos 15 kilómetros-, la mayoría del cual se tenía que hacer a través de una pista forestal. Recuerdo que cada poco tiempo había que bajarse del coche y poner una madera para salvar riachuelos y desigualdades del terreno. Cuando llegamos a la población, sus habitantes nos recibieron descorriendo las cortinas de las ventanas, lo que me recordó Entre visillos, la primera novela de Carmen Martín Gaite.
Compramos un queso joven extraordinario que conseguimos mantener durante el resto del viaje gracias al aire acondicionado de los coches. Era un queso cremoso, denso, justo acreedor del premio que había recibido. El paisaje era hermosísimo: Somiedo delante, y detrás Villablino, ya en León. El dueño de la quesería nos dijo que ya no llevaba la cuenta de los osos pardos que había visto en su vida. El queso nos duró en casa varias semanas de desayunos, y al saborearlo parecía como si aquél valle surgiera de nuevo ante nuestros ojos.
Ahora, tras los incendios del pasado agosto, es el negro y no el verde el color que tiñe las montañas y laderas de Genestoso. El fuego, procedente de León, tuvo en vilo a sus habitantes durante dos semanas, y aún hoy les hace temer que las lluvias del otoño puedan producir desprendimientos de piedras de la ladera norte que amenazan con llegar a impactar en las casas. Los ganaderos han tenido que comprar paja porque los pastos donde el ganado habría de pastar hasta noviembre han sido arrasados por el fuego. Entre las causas del voraz incendio los vecinos señalan la escasa prevención y, sobre todo, la inexistencia de pistas de acceso de la maquinaria para combatir el fuego. El resultado: unos montes en peligro constante y abandonados en los que no se ha trabajado desde hace medio siglo.
Viendo éste y las docenas de incendios que han asolado nuestro país el mes de agosto hay que reflexionar y tomar decisiones drásticas para que esa naturaleza que tanto nos ofrece cada día no se disuelva de repente y nos abandone ella también. Y los políticos, ay, que no nos la den con queso.