Carlos del Pozo

La vida en una página

Cuaderno de Qatar (IV)

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Volvemos al punto de partida. Al punto en donde estuvimos siempre y del que nos acordamos los que hace tiempo que peinamos canas. A ese punto donde confluyen el gol de Marcelino a Rusia, los doce goles a Malta o los cuatro de El Buitre a Dinamarca en México 86. O sea, regresamos a la nada.
La generación de mi hijo, que se asoma al cuarto de siglo de vida, creció con los éxitos de una generación irreemplazable: dos Eurocopas seguidas y un Mundial en tan solo seis años. Esa generación solo ha visto a España
campeonar, que diría un argentino. Pero desde hace diez años y de igual manera están comprobando que, como en los versos de Gil de Biedma, la vida iba en serio.
Mis tres referentes futbolísticos familiares fueron mi tío Gonzalo -mi padrino-, mi tío Turi y mi abuelo, el Abillo. Grandes madridistas los tres. Siempre he sentido mucho que no hayan podido disfrutar del alud de Copas de Europa merengues de la última década. Y mucho más de esos éxitos de
la Roja que se acabaron ahora hace diez años. Si alguien se lo explica allá arriba, seguro que no dan crédito.
El otro día vi por la tele un magnífico documental que abordaba el paso de Diego Maradona por el Nápoles. Cuando los napolitanos ganan su segundo scudetto comandados por el
Pelusa, en la entrada de un cementerio hay una pintada que dice: No sabéis los que os acabáis de perder.
Si en algún rincón del alma pudiera enviarles un mensaje a mis muertos a cuenta de la selección de Luis Enrique, no tendría más remedio que decirles esto:
Tranquilos. No os habéis perdido nada.




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