Carlos del Pozo

La vida en una página

Supersónico Juanito

juan

Estos días se hacen eco diversos medios de comunicación -mayoritariamente madrileños y madridistas- de la muerte hace veinte años del futbolista Juan Gómez, más conocido como Juanito. Absoluto icono del madridismo, Supersónico Juanito -así lo bautizó el inefable Héctor del Mar- jugó en el club de Chamartín entre mediados de los setenta y mediados de los ochenta. Uno ha visto muy buenos jugadores vistiendo la camiseta de su club, probablemente a los mejores del mundo, pero quienes predican de Juanito que era un futbolista diferente no saben bien cuánta verdad atesoran esas palabras.
Tengo un verdadero problema cuando en casa mi hijo Víctor me pregunta que cómo jugaba Juanito. Decirle que era rápido en la conducción, hábil en el remate y certero en el pase no es decir mucho, porque jugadores con esas características los ha habido y los hay a puñados. Juanito hacía todo eso que muchos saben hacer de un modo especial, sincopado, imprimiendo a su juego una especial cadencia. Estos días de homenajes, algunas imágenes con goles suyos han sido ilustradas con Volando voy, la famosa canción de Camarón de la Isla. Todo un acierto porque Juanito compitiendo era como esa rumba del más grande de los flamencos: imprevisible, contagioso y, al mismo tiempo, entrañablemente tierno.
Juanito vivía en el barrio, en uno de esos bloques altos de la calle Sangenjo. Por entonces un famoso en el barrio se cotizaba, porque salvo La Pasionaria fugazmente y Urtain en el declive de su vida no disfrutábamos de más famosos que algunos jugadores del Madrid como Gallego, Agustín o Chendo, todos ellos jugadores del montón. En nuestra pandilla había un muchacho llamado Javi que vivía en el mismo portal que Juanito y que blasonaba de haber subido con él en el ascensor docenas de veces. Todos queríamos ir a buscar a este Javi con la secreta esperanza de encontrarnos con Juanito y yo pensé no pocas veces cómo reaccionaría ante ese hipotético encuentro, qué le diría al astro, si tendría a mano un bolígrafo y un papel para pedirle un autógrafo. Nunca tuve la suerte de cruzarme con él.
Su biografía es, desde un punto de vista literario, verdaderamente apasionante. Sus humildes comienzos en el equipo de su barrio, su paso por el Atlético de Madrid, que lo despreció, su llegada al Madrid -equipo que ofrecía menos dinero por él que el Barça- y su marcha por la puerta de atrás del equipo merengue. Todo eso mezclado con una turbulenta vida sentimental, juergas nocturnas, mujeres cerca casi siempre, lo que llevó a decir al Presidente del Barça de entonces que el futbolista iba dejando embarazadas por las esquinas a las mujeres, algo que sorprendentemente le valió la absolución a aquel mentecato que lloraba a la mínima, ganase o perdiese su equipo, y que años después, esta vez sí, sería condenado por delitos de cohecho y falsedad a seis años de cárcel. Algo que Juanito nunca llegó a ver.
Y es que tal vez como triste corolario a una vida de altibajos, malas rachas y triunfos, Juanito murió en un absurdo accidente de coche a los treinta y siete años, cuando regresaba a Mérida de ver a su equipo de siempre jugar un partido europeo. Fue un tipo diferente, sí, pero también un hombre sin suerte, al que la vida no retribuyó la alegría y el buen humor que él derrochaba delante de todo el mundo. Por eso tal vez se le recuerda tanto.