Carlos del Pozo

La vida en una página

Un bravo recuerdo

nino

Se cumplen por estos días cincuenta años de la desaparición del cantante valenciano Nino Bravo. Tenía veintiocho años en el momento en que su coche dio varias vueltas de campana al intentar superar una peligrosa curva en la localidad conquense de Villarrubia. Se había casado un par de años antes con María Amparo, tenía una hija de quince meses y su mujer estaba embarazada de la que sería su segunda hija, que nació unos meses después de morir su padre.
La de Nino Bravo fue una carrera efímera pero intensa. Apenas cinco álbumes de larga duración y unos pocos discos sencillos componen su legado. Sin embargo, tras su fallecimiento se han editado un número superior de discos de homenaje -recopilatorios y tributos- que los que el valenciano fue capaz de alumbrar en siete años de vida profesional. Y canciones como Libre, Un beso y una flor, América, América o Te quiero, te quiero, del Maestro Algueró -mi preferida, por cierto- han llegado a ser, más que clásicos, himnos de varias generaciones. Junto a éstas, otras menos conocidas que no llegaron a gozar la misma suerte son Noelia, Cartas amarillas, Esa será mi casa o Puerta de amor, versión en castellano de A Street called Hope, un precioso tema de Gene Pitney en donde el cantante valenciano demuestra un poderío vocal sin parangón.
Y es que el secreto del éxito de Luis Manuel Ferri Llopis, su verdadero nombre, fue una voz en la línea de los mejores tenores. En una de sus primeras actuaciones, un crítico musical se le acercó al finalizar la misma para felicitarle por su gran falsete. Nino le respondió que no era un falsete sino su propia voz. Por eso tuvo multitud de imitadores -entre ellos Juan Bau, Francisco o Juan Camacho, curiosamente todos ellos valencianos-, que no lograron hacer olvidar el chorro de voz de Nino.
Estoy convencido de que, de no ser por aquél fatal accidente, Nino Bravo hoy, con setenta y nueve años, hubiera pasado a la historia de la música española como ya lo han hecho contemporáneos suyos tales como Serrat, Julio Iglesias, Raphael o Víctor Manuel. Se nos fue entonces, hace cincuenta años, una voz inolvidable. Y por eso mismo, nada más verdad que afirmar que lo inolvidable es lo que siempre perdura con el transcurso del tiempo.