Carlos del Pozo

La vida en una página

Invitados de pago

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Este verano he tenido conocimiento de una curiosa forma, novedosa donde las haya, de celebrar los cumpleaños. Se trata, ni más ni menos, de invitar a una serie de personas a tu cumpleaños, y que esas personas, aparte de hacerte un regalo, sean quienes costeen los gastos derivados del acontecimiento. Expondré dos ejemplos reales de lo que estoy explicando para mayor ilustración del respetable, que a estas horas ya debe estar algo confuso.
El primero de ellos es el de un amigo de mi hijo que celebraba su mayoría de edad. En la invitación que les giró a sus colegas y conocidos mediante un mensaje de teléfono móvil se les indicaba la hora de comienzo de la celebración y el lugar de realización de la misma -un restaurante-, junto con el precio que cada convidado había de pagar por ello: quince euros por un menú variado y cinco más en concepto de regalo para el homenajeado. Mi hijo, por desgracia, no pudo asistir a tan excitante acontecimiento porque estábamos de vacaciones en Madrid, pero con la nobleza que le caracteriza aportó los cinco euros para el regalo. Al cabo de unos días, una amiga le devolvió esos cinco euros diciendo que los asistentes habían decidido no hacer ningún regalo al homenajeado porque ya había suficiente con haberse pagado ellos mismos la cena.
El segundo ejemplo es, si cabe, más apasionante. Un buen amigo me comenta que le ha llegado, también vía mensaje de móvil, la invitación al cincuenta cumpleaños de un conocido que vive en su mismo pueblo. Cincuenta años sólo se cumplen una vez y hay que celebrarlo a lo grande, al menos eso es lo que debió pensar el tipo en cuestión. El evento se llevaría a cabo en una casa de campo que le prestaban al agasajado, pero éste reconocía en su mensaje que no podía invitar a los asistentes por carecer de presupuesto para ello, de modo que había contratado un servicio de catering al efecto por el que cada persona tendría que pagar treinta euros. También añadía que, si querían hacerle un regalo, se aceptaban donaciones de cinco euros, aunque no era obligatorio. Y finalmente les advertía que si querían tomarse alguna copa de alcohol podrían hacerlo a condición de que ellos mismos trajeran la botella o botellas correspondientes, ya que el alcohol -incluida la cerveza- no entraba dentro de la oferta del catering. Por cierto que mi amigo acudió en compañía de su mujer a tan rutilante acto y la velada le costó la bonita suma de setenta euros. Además se tuvo que llevar su propia botella de whisky que incluso hasta llegó a compartir con el homenajeado.
Alguien podrá decirme: pues qué amigos tan tontos tiene usted. No creo que sea así. Cada uno hace con su tiempo libre y su dinero lo que le place, faltaría. Lo que no me queda claro es cómo alguien tiene el arrojo de invitar a tanta gente -asistieron cuarenta, según parece- sin en realidad invitarles. O sea, te invito, pero pagas tú. Puede que haya surgido una nueva interpretación del verbo invitar que implique que el invitado es el que se paga la invitación. En catalán hay un brocardo legendario que ilustra muy bien la situación: Cornut y pagar el beure, que en castellano se traduciría por Cornudo y pagando la bebida. Bien, en el caso que nos ocupa, no sólo la bebida, sino también la manduca y hasta el regalo.