Carlos del Pozo

La vida en una página

La sombra de los días

1.-Emblema-sobre-un-reloj-antiguo

Me gusta el título de esa novela de José Luis Sampedro, La sombra de los días. Y me gusta más cuando su autor explica su libro, diciendo que esa sombra que dejan los días no es sino la memoria que todos los seres humanos arrostramos a lo largo de nuestro periplo. El novelista, que no es la primera vez que se asoma a esta ventana que lo quiere ser de la vida de todos, la escribió con treinta años y la publicó cuando ya era septuagenario. Dejando aparte su argumento, supone un auténtico tributo al transcurso del tiempo a la vez que un prodigioso asombro por lo que ese transcurso va dejando en nuestra existencia.
Es curioso que cuando uno es joven desea con verdadera fruición que el tiempo se vaya agotando deprisa, y si es posible, que los días y las semanas se consuman de dos en dos y de tres en tres, pero también lo es que, llegados a cierta edad madura, la rapidez con que se suceden los días y las horas nos cause una profunda estupefacción. Parece que de jóvenes ansiemos ser adultos para gobernarnos por nosotros mismos cuanto antes, en tanto que de mayores atisbemos con nostalgia esa época en que éramos dependientes pero también inconscientes de nuestro futuro desamparo. Y parece de igual modo que no haya época de nuestras vidas en que establezcamos un pacto con el paso del tiempo a fin de afrontarlo con el máximo de sosiego, sin prisas pero también sin demoras.
Todas las mañanas compro el periódico en un kiosco de prensa de Santa Eulàlia, un barrio muy popular de Hospitalet, a pocos metros de la casa donde nació hace ochenta y cuatro años la extraordinaria actriz Núria Espert. Me atiende siempre una señora de media edad, algo rechoncha y dicharachera. Me entrega el periódico, se lo pago y, siempre al irme, a modo de despedida, le digo lo mismo:
Que tenga usted un buen día. Ella me responde: Igualmente. Y que se acabe rápido. Debo aclarar que el episodio se repite cada mañana a eso de las ocho.

Desear a cualquier edad que un día que acaba de despuntar finalice pronto me parece una atrocidad. A un joven podría consentírsele porque tiene tantos días por delante que cierta prodigalidad a la hora de administrarlos no deja de ser tolerable, pero dicho por alguien que claramente ya ha sobrepasado el ecuador de su vida lo juzgo como verdaderamente aterrador. Cuantos menos días te quedan son menos los libros que tienes en el horizonte por leer, pero también le quedan menos minutos a los de tu familia, a los amigos, en suma, a todos los seres queridos que cada día nos hacen la vida más agradable y dichosa. Los malos momentos y las malas personas, que como las meigas también existen, no deben ser un obstáculo para aferrarnos a esos minutos espléndidos que nos regalan una vida hermosa. Porque esos momentos constituirán, como en el último poema de Antonio Machado, aquél de esos días azules y ese sol de nuestra infancia, no otra cosa que la sombra de nuestros propios días.