Carlos del Pozo

La vida en una página

El azar y las vuvuzelas

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Ahora que estamos en tiempos de Mundial, y que a diario comprobamos que un fallo arbitral, un gol con mucha fortuna o un lance casual del juego pueden cambiar un partido y hasta una eliminatoria, pienso en esas gentes que se dedican a apostar sus patrimonios a favor de este o aquel  resultado, que buscan ser más felices –pero sobre todo más ricos- elucubrando con dinero el vaticinio de un partido de fútbol más o menos lógico, incluido el número de goles y hasta el nombre de los goleadores. En esas apuestas, los resultados más lógicos o probables se pagan menos que los improbables, conocidos comúnmente como resultados-sorpresa, y lo que buscan sus patrocinadores es un equilibrio entre lo lógico y lo irracional. Pero al fin y al cabo, la única lógica que aquí impera es que esos mismos patrocinadores suelen ganar bastante dinero en el envite.
Hace muchos años hubo un periodista deportivo llamado Gilera. En realidad se llamaba Ventura Gil de la Vega y fue uno de los primeros cronistas de fútbol de nuestro país. Yo recuerdo sus crónicas en el ABC de los domingos, y creo que fue además corresponsal de ese rotativo en algunos Mundiales de fútbol, como el de Argentina 1978. Mi padre siempre fue muy crítico para con este periodista debido a sus perogrulladas. Cuando preguntaban a Gilera quién ganaría el partido del domingo siempre decía:
“Bueno, el equipo local es favorito por su mera condición de local, pero el visitante últimamente está cosechando excelentes resultados y también tiene posibilidades de ganar, aunque lo que yo nunca descartaría sería el empate entre ambas formaciones”.En sus escritos de ABC del domingo analizaba cada partido de los que se disputarían esa tarde y otorgaba tantos por ciento de posibilidades a cada equipo. Por ejemplo, un Real Sociedad-Hércules arrojaba un 45% de posibilidades de que ganara la Real, un 35% de que lo hicieran los alicantinos y un 20% de que acabaran empatados. Nunca le daba a un equipo un 100% de posibilidades de ganar un partido, ni siquiera un 80 o un 90. Siempre acertaba el bueno de Gilera, porque, en realidad, nunca fallaba. No sé qué se hizo de aquél tipo, jubilado ya hace muchos años de su profesión y, tal vez, jubilado ya de la vida. La verdad es que no lo sé.
En este Mundial en el que el buen juego brilla por su ausencia, las verdaderas protagonistas son las vuvuzelas, esas trompetas con forma de trompa de elefante que hacen que parezca que los partidos se jueguen en una central de bomberos en donde se ha encasquillado la alarma general en vez de en un estadio de fútbol. A falta de buen juego, antes de comenzar cada partido, el aliciente estriba en saber si las vuvuzelas sonarán mucho, poco o ni mucho ni poco durante el transcurso del mismo.
Creo que el bueno de Gilera hubiera estado una vez más brillante en sus pronósticos.