Carlos del Pozo

La vida en una página

Los adorables vecinos

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Ahora que las turbias aguas de la polémica del doping y los guiñoles del Canal Plus francés parecen irse calmando, tal vez cabría una reflexión más sosegada de esa discusión que nos ha ocupado durante varios días y que, al igual que la ola de frío que ya dura dos semanas, uno espera que se esfume pronto por la puerta trasera.
Todo empezó como se sabe con la sanción a Alberto Contador por ese tribunal internacional que se encarga de castigar las conductas inapropiadas de los ciclistas. TVE, que es muy amiga de sacar el micrófono a la calle para ver qué se pulsa allí, preguntó, y un chico joven dijo: la culpa es de los gabachos, que nos tienen tirria. Yo creo que esas palabras dieron la vuelta al mundo y la venganza francesa no se hizo esperar, aunque sorprendiera el modo utilizado para darle forma.
Meses antes, un tenista francés retirado llamado Yannick Noah, ya sugería en un artículo de Le Monde –cuán poco se debe merecer para publicar en ese diario- que los reiterados éxitos del deporte español de los últimos años se debían a que nuestros deportistas utilizaban pócimas mágicas y se sorprendía de que una nación que no había sido nada deportivamente pudiera conquistar el éxito en ese campo de un día para otro. La conclusión es que los deportistas españoles se dopaban. Envidias aparte, eso lo decía un tipo que gastaba, recuérdenlo, fisonomía de rasta, y que más que dedicarse al tenis parecía por la pinta ser de esos que se tiran las horas tumbados a la bartola dándole al canuto.
Que nunca nos hemos entendido con nuestros vecinos del norte es algo insoslayable que no admite discusión. Siempre nos han tenido por algo inferior, apropiándose de todo lo nuestro, desde Picasso a Luis Mariano pasando por Buñuel, Jorge Semprún o doña María Casares. Ellos en cambio nos han dejado como exclusivo legado un cantante de dudoso gusto llamado Georgie Dann, inventor de la canción del verano. Las señoritas de Aviñón son para ellos señoritas virtuosas de la ciudad papal y no las putas de la barcelonesa calle de Aviñó, pero El Bimbó, Pachito Eché y El negro no puede, con su chabacanería, son algo muy español aunque lo cante un francés. Ellos han inventado todo lo bueno de esta vida: el vino, la gastronomía, el adulterio, las felaciones y las corridas de toros, y hasta puede asegurarse que los primeros terroristas de la historia fueron Danton o Robespierre, de quienes no dejan de sentirse orgullosos.
Lo que sorprende ahora, tras el revuelo causado por los monigotes del Canal Plus galo, es que sus responsables hayan defendido por encima de todo el sentido del humor y el ejercicio de la broma a la hora de acusar a Nadal, Gasol o Casillas de drogarse para obtener sus éxitos. Porque los franceses han sido los primeros y los mejores en todo, como aquí se ha dicho, pero si de algo han carecido siempre es de sentido del humor. Ha sido de toda la vida el francés un pueblo con muy poca gracia, por no decir ninguna. Sus cómicos más celebrados han sido Fernandel, Louis de Funes y Nicolás Sarkozy, así que con eso queda dicho todo. Y que vengan ahora tildándonos de no tener sentido del humor y de no admitir una simple broma es el culmen de la hipocresía.

También han hecho un poco el ridículo nuestros gobernantes. Será la falta de rodaje, pero toda una Vicepresidenta del Gobierno no puede sacar el tema en una rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, ni su ministro y su director general ruborizarse en público, porque eso es dar aire a los graciosos de los franceses, que al final también pasarán a la historia por haber inventado el humor. Tal vez quienes estuvieron más acertados hayan sido los jugadores del Sevilla C.de F., que en su último partido de liga lucieron unas camisetas donde se podía leer la expresión Libertè, egalitè..., superioridad. Ay los sevillanos. Y los andaluces en general. Ésos sí que son graciosos.