Ciao, Mario (y II)

Decía Francisco Umbral que Mario Vargas Llosa era mejor ensayista que novelista. Es una opinión nada desaventurada porque el escritor peruano ha sido a lo largo de más de medio siglo un referente de la novelística en castellano, pero también un excepcional ensayista, y dentro de esta última faceta no sólo destacan sus ensayos monográficos, sino también centenares de artículos y colaboraciones en la prensa de toda Hispanoamérica.
De entre sus novelas debo reconocer que las que más me atraen son sus novelas menores, si es que alguna puede considerarse así. Es decir, que no son las que más me gustan las que le dieron mayor fama, desde La ciudad y los perros a Conversación en la Catedral pasando por La casa verde o La guerra del fin del mundo. Yo prefiero Los cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra o La tía Julia y el escribidor, y por su puesto Travesuras de la niña mala, la mejor de entre las menores y la que más me gusta a mí. Son obras estas en las que el elemento erótico y voluptuoso resulta especialmente acentuado y que apuestan por la sinergia con el lector, que participa de un goce y una pasión que pocos autores son capaces de suscitar.
De los ensayos hay que destacar los monográficos dedicados a Víctor Hugo, J.L. Borges, Juan Carlos Onetti o García Márquez, antes del famoso puñetazo y del comienzo de la enemistad de los dos máximos representantes del boom. También todos los artículos publicados cada domingo en el diario El País bajo el título de Piedra de toque; son artículos muy estimados por su público y por el propio Mario; en el último publicado el autor nos desvela su retiro definitivo de la creación periodística tras treinta años de publicaciones. Pero si tengo que elegir uno de sus ensayos, ése será sin duda La verdad de las mentiras, pequeños ensayos de grandes obras del siglo XX, ninguna de las cuales está escrita en castellano. Hubo una primera edición en Seix Barral y años después Alfaguara publicó una nueva versión que incluía cerca de una decena de nuevos ensayos. Quizás haya que incluir en este apartado El pez en el agua, su único libro de memorias, que abarca niñez y adolescencia por un lado y su experiencia política como candidato a la Presidencia de Perú en 1990 por el otro.
Cabe ahora reparar en la herencia literaria que deja Vargas Llosa. El anterior Nobel en castellano fue Camilo José Cela, que obtuvo el premio veinte años antes. Hoy a Cela ni se lee ni se le edita, cosa que yo creo que no va a ocurrir con Vargas Llosa, un autor auténticamente vivo pese a estar muerto. Otra cosa es la herencia económica del escritor peruano. Mientras las obras de Cela no creo que generen muchos derechos de autor, las de Vargas Llosa ofrecerán pingües beneficios a sus tres hijos, a los que veíamos llorar la muerte de su padre recientemente. Entonces recordé ese pasaje de El Quijote, cuando agoniza el protagonista y se lee su testamento entre lágrimas del ama, la sobrina y hasta Sancho Panza, y puede leerse: esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. Que llevado al castellano de hoy viene a decir que las herencias atemperan el dolor de quien las recibe.