Carlos del Pozo

La vida en una página

Los últimos

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Las pasadas navidades leí Los últimos. Voces de la Laponia española, un estupendo libro del periodista valenciano Paco Cerdà. A cuenta del mismo, Julio Llamazares ha dicho: “Hay libros que a uno le gustaría haber escrito, y este es uno de ellos”. Yo pienso lo mismo. Se publicó a principios de 2017, antes del boom de La España vacía de Sergio del Molino, y me pregunto por qué no había llegado antes a mis manos. Tal vez tenga la culpa que apareció en una pequeña editorial de Logroño llamada Pepitas de Calabaza.
El libro comienza sin concesiones: si Manhattan supera los 27.000 habitantes por kilómetro cuadrado, Barcelona los 15.000, la Comunidad de Madrid los 800 y el conjunto de España los 92, parte de estas diez provincias -Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Valencia, Castellón, Zaragoza, Burgos, Segovia y La Rioja- conforman una zona que agrupa 1355 municipios, por algunos llamada Serranía Celtibérica, que posee una densidad media de 7,34 habitantes por kilómetro cuadrado. Exactamente igual que la gélida y deshabitada Laponia.
Cerdà levanta acta de una realidad infame: pueblos con un solo habitante, ausencia casi total de servicios básicos, edades medias de sus habitantes que superan los setenta y cinco años, y lo que es peor: un olvido atávico de todas las administraciones, cuyos representantes no encuentran demasiado atractivo -esto es, muchos votos- en territorios casi deshabitados.
Yo recuerdo que, cuando iba al colegio y luego al instituto en Madrid, mi hermano y yo éramos de los pocos alumnos cuyo padre y madre habían nacido en Madrid. Los padres de nuestros compañeros procedían de Ávila, Segovia, Toledo, Cuenca y otras provincias aledañas a la capital. Solían presumir esos compañeros con orgullo de tener un pueblo donde pasar las vacaciones de verano, pero lo cierto es que ellos y sus familias solo iban por allí en agosto, quedándose desiertos durante el resto del año, con la poca gente que se había resistido, por una u otra razón, al éxodo rural. Cada vez menos gente. Los últimos.
Con la pandemia hemos sufrido un aluvión de historias de gentes y familias que han decidido volver al campo o a los núcleos rurales para evitar el virus y han descubierto que vivir fuera de las ciudades es cosa más sana. Todo eso está muy bien, pero si no hay una apuesta clara de las administraciones a favor de la expansión rural, de nada servirá una mayor conciencia de la gente. Si no hay infraestructuras decentes, medios de transporte modernos o algo tan elemental hoy como la fibra óptica, los pueblos pueden convertirse en ciudades-dormitorio, pero sin posibilidad de progresar. Está muy bien que haya ayuntamientos que atraigan familias para hacerse cargo de la tienda de comestibles o el bar del pueblo, pero sin fibra óptica o internet, negocios como el turismo rural y las mismas ganadería o agricultura no podrán prosperar.
Hace unas semanas se celebraron elecciones a las Cortes de Castilla y León, una de las regiones más extensas y despobladas de España, aunque con el indudable mérito de acoger el sesenta por ciento del patrimonio histórico del país. Aparte del acierto de convocar esas elecciones -con la rasca que hace en febrero por aquellas nobles tierras y con el virus en su máximo esplendor-, hemos visto en campaña electoral lo que hacen muchos de nuestros políticos: dar ruedas de prensa junto a mansas vacas a las que se ha cebado convenientemente con buena manduca para que no le den un meneo al politiquillo de turno. Y poco más.

Dice Julio Llamazares de este estupendo Los últimos. Voces de la Laponia española, del periodista valenciano Paco Cerdà, que este libro “es un viaje al corazón de las tinieblas, solo que a las tinieblas del corazón de España”. Bien, pues ya es hora de aclarar el cielo y de barrer toda esa negrura lúgubre que azota la España vacía. Y evitar así que los últimos sean definitivamente los últimos.