Carlos del Pozo

La vida en una página

Todos contra Merkel

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La segunda semana de Eurocopa arroja una revelación bastante diáfana: la incuestionable fortaleza del euro, nuestra moneda común. Los países europeos que en su día no quisieron compartir con los demás moneda única, con Inglaterra y los escandinavos al frente, han quedado eliminados del torneo. Con ello han dado completamente la razón a nuestro atribulado presidente Rajoy, que hace unos días dijo que el euro es un camino sin posible retorno. Y lo que daríamos nosotros porque él mismo no retornara de alguno de sus viajes, o porque en todo caso no retorne al palco de un estadio. Fíjense que cuando acudió, España empató y recibió el único gol en contra de todo el campeonato, y que, en cambio, en su ausencia nuestra selección ha ganado los otros tres partidos.
Saben los seguidores de este blog de mi simpatía sin límites hacia los franceses y Francia. Es por ello que mi hemorragia de satisfacción no hay por dónde cortarla desde el sábado. Alguien preguntará qué se ha hecho de los famosos guiñoles. Bien, murieron todos abrasados entre los rescoldos de las hogueras de la noche de San Juan, aunque dicen que uno de ellos, cuando ya era una pequeña lágrima plastificada, pidió que se le realizara, por si acaso, un control de alcoholemia a Fernando Alonso.
Las semifinales nos deparan dos duelos sublimes. Si uno tuviera algo de mano en esto suprimiría el enfrentamiento entre italianos y alemanes, declarando una final ibérica. Me temo que no me harán caso, y el consuelo que me queda es que al menos habrá un país de los rescatados en la final.
Corre un chiste por la hermosa Plaza Sintagma de Atenas según el cual Grecia ganó la Eurocopa de 2004 y cuatro años después entró en recesión. España la ganó en 2008 y cuatro años después tuvo que ser rescatada. Y por eso, a nadie conviene que en 2012, Alemania, la locomotora de Europa, gane este campeonato. Sería nefasto para todos.

Y yo estoy convencido de que no lo va a ganar.