Carlos del Pozo

La vida en una página

Hace tres años

mujer1

Por estos días se cumplen tres años de aquellos días. El gobierno decretaba el estado de alarma y comenzaba, con toda probabilidad, uno de los episodios más trascendentales de nuestras vidas, algo que no habíamos vivido jamás y que esperamos no volver a vivir, y tanto para los que peinamos canas como para los más jóvenes. Algo que tampoco pudimos nunca imaginar y que dejábamos para las películas de anticipación que nadie se cree. Ya por aquellos días había muy poca gente que hubiese vivido la Guerra Civil, aunque sí bastante que sufrió la dura posguerra. Pero a día de hoy somos muchos más los que hemos vivido en democracia y con prosperidad que los que no han tenido esa suerte. Y la pandemia vino a ponernos a todos en nuestro sitio.
Recuerdo la tarde que entraba en vigor la alarma. Bajé al pueblo con mi hija y fuimos a un supermercado a proveernos de los últimos víveres. La gente había arrasado con el papel higiénico, las harinas y el aceite. No sabíamos cuánto duraría aquello, ni tan siquiera si se acabaría, pero sobre todo ignorábamos si podríamos vivir para contarlo. Ahora podemos hacerlo gracias a la ciencia, que se ha superado a sí misma acortando etapas y desmintiendo previsiones, pero a cambio ha habido decenas de miles de muertos en España y millones en el mundo. Y muchísima gente a quienes la enfermedad les ha dejado severas secuelas.
Aquella situación nos descubrió -me refiero a mi familia, a mi mujer y mis dos hijos- que éramos unos privilegiados viviendo en plena naturaleza y teniendo un jardín por donde pasear a cualquier hora sin miedo a ser interpelados por la policía. Las primeras semanas hacía frío y la leña se estaba acabando. No había posibilidad de comprar leña seca, pero al final sobraron incluso unos pocos leños. Y recuerdo uno de los sentimientos más profundos de aquellos días: al meterme en la cama por la noche sentía un alivio y una paz interior difícilmente descriptibles. Había transcurrido un día más.
Me ha quedado algo muy hermoso de aquellos terribles tiempos, y es que los cuatro de casa hablamos mucho durante aquellas semanas de confinamiento. Tal vez impulsados por la incertidumbre y el miedo, aquellas jornadas nos dimos a unas conversaciones muy intensas. Nuestros hijos nos explicaron parajes de sus infancias, del colegio y los profesores, que hasta entonces jamás nos habían relatado. Ahora los dos ya se han marchado de casa. Por suerte han podido independizarse viviendo de unos buenos trabajos en una época en que la mayoría de los jóvenes no pueden gozar de ese privilegio. Y recordar aquellas conversaciones después de comer y de cenar, multiplica ahora el valor de lo que sufrimos aquellos días.