Carlos del Pozo

La vida en una página

Ciencias Políticas

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Creo que en alguna ocasión he explicado que mi indómita adolescencia soñó siempre con estudiar Periodismo. Me gustaba escribir, seguía con interés la palpitante actualidad política de los inicios de la transición, y buena parte de mis ahorros los destinaba -aparte de libros y discos- a comprar El País y Cambio 16, dos de las biblias informativas de esa transición. Pero mi padre logró hacerme cambiar de opinión: en ese mundo no teníamos padrinos y era difícil introducirse si no era de la mano de la endogamia y el nepotismo, así que lo mejor sería que estudiase Derecho, que era una carrera con muchas salidas.
No me arrepentí de la decisión, porque con el tiempo he podido comprobar que con el Derecho me he ganado correctamente la vida y he podido seguir escribiendo. Doce libros y medio centenar de relatos publicados así como algunos premios lo atestiguan, aunque todos ellos sean modestos. Pero en realidad he de confesar que antes de verme en la disyuntiva entre Derecho y Periodismo, uno tuvo otras tentaciones.
Siempre me gustó mucho la política. La seguía de cerca en los medios escritos y me encantaba ver los debates parlamentarios del Congreso de los Diputados que retransmitía la televisión. Poco a poco fui amasando unas ideas determinadas, pero admiraba de igual forma a un político de derechas que a uno de izquierdas si era un buen orador y un destacado parlamentario. Con esos mimbres, sinceramente no sé por qué nunca he caído en la tentación de la política. Tal vez una pequeña dosis de cordura me haya ayudado a ello.
Y recuerdo que cuando estudiaba COU, un buen día mi amigo Paco Laurel y yo abordamos a nuestra profesora de Historia. Se llamaba Ana Martínez y era una estupenda docente, como muchos de los que ejercían la enseñanza en aquel Instituto de Bachillerato de Colmenar Viejo. Le pedimos consejo sobre qué carrera estudiar en la Universidad unos meses después. Paco tenía claro que estudiaría Derecho -su padre era Juez y sus hermanos pequeños y su mujer estudiaron esa carrera, y ahora lo hace su hija-, pero yo no lo tenía tan claro. Y por eso le pregunté a Ana su opinión sobre la carrera de Ciencias Políticas. Rápidamente procuró que desistiera de la idea: Políticas, según ella, era una carrera que no servía para nada y que la habían estudiado cuatro gatos como el incombustible Fraga, que ya tenía otras carreras. Añadió que era una carrera para desocupados y niños bien que no tenían nada que hacer. Pocos meses después pensé que mi profesora no estaba tan desencaminada, ya que esa carrera la comenzó una de las hijas del entonces Rey de España, hoy emérito y perseguido por todo tipo de escándalos.

Viene esto a colación porque la profecía de mi profesora ha sufrido un giro brusco de unos años a esta parte. Prácticamente todos los fundadores de ese curioso artefacto político llamado Podemos estudiaron esa carrera, y la profesión de politólogo ha adquirido un auge verdaderamente colosal, ya que no hay tertulia televisiva, diario digital o programa de radio que no tenga cada día entre sus colaboradores a un miembro de ese gremio. De haber elegido esa carrera lo hubiera pasado mal unos años, pero con el tiempo habría acabado siendo un tertuliano brillante. Aunque, si quieren que sea sincero, me quedo con el camino que escogí y me conformo con ver los debates parlamentarios por televisión. Eso sí, a diferencia de cuando era joven, hay que ver lo malos que son orando la mayoría de políticos actuales.