Carlos del Pozo

La vida en una página

Les presento a mi hermano

Hosp

En realidad no necesita presentación, al menos aquí, porque él es el alma mater y el cerebro ideológico de este blog y de toda la página web que lo sustenta. En el frontispicio de esa página se explica cómo se fraguó todo esto y un poco también quién es mi hermano Javier. Este mes, cuando la página cumple diez años de existencia y su blog ya supera las cien crónicas, procede que le hagamos un pequeño homenaje. Por eso y por alguna cosa más.
Pese a que de pequeños la gente pensara que éramos gemelos, ya que nos parecíamos mucho y gastábamos la misma talla de ropa y teníamos el mismo pie de calzado, no he conocido jamás dos hermanos más distintos. Mis padres nos vestían siempre igual y proclamaban que éramos iguales, pero nosotros rápido nos apercibimos de que no era así. Y pese a esa diferencia, fuimos durante muchos años los mejores amigos y los más grandes compañeros el uno para el otro.
La adolescencia creo que marcó el principio de nuestra emancipación mutua. Yo estudié un bachillerato y una carrera de letras y él uno de ciencias con su correspondiente carrera científica también. A él se le daban bien las chicas porque tenía mucho palique y muy poca vergüenza, en tanto que a mí se me atragantaba el sexo opuesto, por tímido, por torpe y también por escasamente atrevido. A él le gustaban el rock y el pop -llegó tener un grupo,
Los adorables sobrinos, que hasta salió en televisión-, y a mí me dio más por los cantautores, aunque también me gustara el pop de la nueva ola madrileña. A él le gustaban más los tebeos y los cómics y a mí los libros, de modo que la diferencia estaba más que servida.
Ahora, muchos años después, esta página y este blog donde uno vuelca sus anhelos e inquietudes, se sostiene gracias a su perseverancia. Eso cuando le deja tiempo libre su ocupación de héroe anónimo de cada día, ya que Javier es uno de esos miles de titanes a los que la gente aplaude a diario en la balconada patria a eso de las ocho de la tarde. Ya va para cerca de dos meses que no ve a sus hijos, tampoco a su madre, nuestra madre, ni a su pareja, y todo en un tiempo en el que combina el desánimo con la esperanza de que esto acabe pronto. Ha visto caer en las garras del virus a varios compañeros del hospital, pero para él lo mejor del día es cuando acude a trabajar y puede charlar con los que aún quedan ilesos.

Por eso, y también porque este blog cumple ahora diez años, es por lo que yo, desde un balcón que mira al Montseny cada atardecer, le ofrezco mi aplauso solitario. Un aplauso sincero y emocionado que solo camina por la senda de la esperanza que nos lleve a ese momento en que ambos nos podamos abrazar de nuevo.