Carlos del Pozo

La vida en una página

El siglo de Fernán Gómez

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Se cumplen en estos días cien años del nacimiento del que probablemente fue el artista más completo de la escena y el cine españoles. Actor, director y autor de teatro y cine, escritor, a él le gustaba que le denominaran cómico, pues en esa palabra se condensaba todo su trabajo y el legado de una familia que siempre se dedicó al noble arte de contar, actuar y entretener desde el escenario, la pantalla de un cine o la imagen de un televisor.
Nació en Lima en 1921, aunque en su partida de nacimiento consta que vino al mundo en Buenos Aires. Sus padres, cómicos de la legua, estaban actuando entonces en la capital peruana, y el niño vino al mundo allí, pero no pudieron inscribirlo en el Registro Civil hasta la siguiente etapa de su gira, en Argentina. Era hijo y nieto de actores; su abuela fue la gran María Guerrero, que se opuso al matrimonio de sus padres, y por eso el cómico nació fruto del pecado. Conservó toda su vida la nacionalidad argentina, y no obtuvo la española hasta 1984 mediante carta de naturaleza. Murió en 2007.
Empresa muy complicada es, en tan breve espacio como el que nos ofrece este blog, condensar una obra tan diversa y abundante como la de Fernán Gómez. Si se le recordara solo por su vozarrón y por un físico algo desagradable resultaría injusto, porque hay que hacerlo evocando sus películas, sus obras de teatro, sus artículos de prensa y unas deliciosas memorias en dos volúmenes -
El tiempo amarillo-, el primero marcado por la infancia y la adolescencia, y el segundo por el resto de su vida hasta 1987. A mí me gustan especialmente El viaje a ninguna parte -la novela y la película-, Las bicicletas son para el verano -película y obra de teatro-, El mar y el tiempo -novela, película y serie de televisión- y las crónicas que escribió durante años en el dominical de El País, pero sobre todo sus interpretaciones como actor en la gran pantalla. Ahí se han destacar sus colaboraciones con Jaime de Armiñán y Carlos Saura, y para mí hay cuatro películas que destacan por encima del resto: El anacoreta, Stico -ambas galardonadas con el Oso de Plata al mejor actor del Festival de Berlín- La mitad del cielo, de Gutiérrez Aragón, y Pim, pam, pum, fuego, de Pedro Olea.
Fue un hombre, sobre todo, comprometido con su profesión, y con un aura de admiración muy elevada entre sus compañeros de oficio. Salvo Buñuel, no hay director español de prestigio que no trabajara con él. Ahí están las citadas obras de Armiñán y Saura, pero también las de Berlanga, Almodóvar, Garci, Trueba, Cuerda o Gonzalo Suárez. Están sus memorias, sí, pero tal vez nos falte una completa biografía sobre su figura. Nunca es tarde, ahora que se celebra el centenario de su nacimiento, para quien quiera recoger el testigo.